domingo, 9 de mayo de 2010

Desnuda.


Estar desnuda frente a él era como tener un rayo de luna directamente sobre ella, naciendo de ella, llenando toda la habitación de ella. Estar así, desnuda, frente a él... era sentirse agua cristalina, rocío al rayo del sol, arcoiris. Estar desnuda frente a él, y que él la recorriera con la mano extendida, tensa y calma a la vez, buscando sentirla con cada centimetro de piel, era sentirse un bosquejo, desdibujada, una hoja en blanco, lejos de todo e inmersa en él. Sentir que él la creaba de nuevo, la reconocía, la pintaba en su memoria. Sentir que ella misma se pintaba en su memoria, nueva cada vez, y a la vez más hermosa que nunca. Estar desnuda frente a él era admitir su conquista, era entregarse en alma. Era dejar de pertenecerse, abrirle las puertas a sus juicios, a sus manos, a que descubriera como nunca nadie, ese resplandor que él tan solo adivinaba, adivinaba y deseaba, deseaba y sabía suyo. Estar desnuda frente a él era mostrarle que podía reunir el cielo y la tierra, el agua y el fuego. Que podría alcanzar las estrellas y mostrarle su luz, si tan sólo él se lo pidiera.