martes, 22 de marzo de 2011

El escondite

Para que no se transformen en cenizas las cosas que he amado, yo tengo un escondite donde las guardo intactas. Es un lugar que queda entre el sueño y los párpados, en la parte de arriba de las lágrimas, a la hora de la siesta.
Llego hasta allí siguiendo el camino de las mariposas, andando por las lajas de la casa del campo; cesped de esmeraldas vivas, charquitos donde suenan las ranas de lata verde, agujas flexibles que caen de los pinos. Llego hasta allí descalzándome después de la lluvia, pisando los tréboles con los pies desnudos; frotando una manzana en la manga del pulover.

Al escondite no se puede ir entre gente apurada. Al escondite no se puede llegar sobre grises asfaltos. Ni en ascensor. Ni en auto último modelo. Al escondite no se puede llegar con ropa nueva y a la moda.

Y sí se llega agarrándose fuerte de la cola de un barrilete. Bailando entre la lluvia de las hojas de otoño. Trepando por las ramas de un árbol muy alto, más alto. Y se llega por las escaleras del silencio, con un ramillete de gotas de lluvia entre las manos, como si fuera un ramo de violetas... Porque el ramo de violetas es un pasaporte obligado a la infancia.

En mi escondite hay árboles viejos, antepasados de los que alguna vez dibujamos en Colonia. Y un lago al que tiraba piedras cuando podía escaparme de la casa a la hora de la siesta, cuando los grandes dormían y yo de repente ya no le tenía miedo a las arañas.

La última vez que fui, ya no busqué piedras para tirar, tampoco fui corriendo; en cambio me senté cerca, muy cerca del lago, casi flotando sobre él, y en mis manos llevé un libro... como un ramo de poesías. Ahí las leí, mirando con asombro, como cuando era más pequeña; cómo se unía el cielo con el campo regado de trigo.

Todo está en el escondite, reluciente y oloroso. Todo está nuevo y mío en el escondite al que a veces llego a través de las lágrimas y la nostalgia.
En mi escondite, están todos, todos los que fueron capaces de perdurar hasta pertenecer a mi escondite.
En mi escondite estás vos, sonriendo y llorando.
Estás entrando en mi recuerdo, pero todavía no sos un recuerdo.